lunes, 1 de junio de 2009



Pirata de pochoclos en microondas

“Nos condenan solo por amor,

dicen que lo nuestro es inmoral"

("Fuego y pasión, Rodrigo Bueno)


Nunca me siento tan rebelde como cuando me siento a ver un DVD trucho en casa. Ah! Que sensación increíble! Sentadito en el sillón de casa viendo el último estreno cinematográfico (si no está estrenada todavía no es la misma sensación) y sabiendo que invertí lo mismo que cuatro pasajes de bondi.

Birrita al lado, luces apagadas, silloncito y mis pies apoyados en la mesa ratona. Son tan hermosas estas películas! Arrancan sin que uno siquiera vea el menú! Son tan truchas que me dan ganas de amarlas. Y las que son verdaderamente geniales son las que tienen un menú similar al que podría hacer mi hámster después de un curso intensivo de Power Point! Esas ya de entrada generan placer estético.

Arrancó el film. La cámara se mueve, el flaco que estaba dentro del cine grabando se ve que está buscando el lugar indicado para que el brazo no se le que petrificado después de dos horas de película. Mientras tanto, ya pasaron 15 minutos. A medias logré entender de qué trata la peli.

El loquito, que vaya a saber en que cine de la galaxia está realizando esta obra de arte, consigue la posición indicada, que desgraciadamente para los espectadores es en diagonal, media inclinada hacia la derecha.

Siento que algo en la película resulta extraño. Ah! Es que está siendo filmada desde un cine ruso, así que a los actores, que son más yanquis que Rambo, los veo hablar en el idioma de Vladimir Putín. Pero está muy bien! Eso demuestra que la Guerra Fría ha quedado atrás!

La trama se vuelve intensa. El tener la visión en diagonal genera cierta tensión. Pero hay un detalle que no logro entender, los espectadores (en este caso, los rusos) se paran en medio de la película! Salen de la sala, después vuelven, veo sus siluetas deambular por el cine como si fuera plena calle Florida. Y aparte la gente tose como si tuviera gripe porcina! Me llega a tocar uno así y le sacudo todo el tacho extra grande de pochochos!

La película termina, creo que no llegué a entender ni la mitad, sospecho que era de suspenso pero juro que no me divertía tanto desde Los bañeros más locos del mundo.

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No voy en tren ni en avión, voy en bondi


“Sacó boleto doble hasta Palermo, ella lo miró y creía comprenderlo”

(“No le dijo nada”, Los Ladrones Sueltos)



No hay nada más estresante que lograr subirse a un colectivo. Todo comienza cuando logramos divisar que un transporte de tamaño adecuado a un bondi se nos acerca. Una vez incorpo

rada esa información intentamos ver si su color corresponde al de la empresa colectivera, luego si el número es el correcto y haremos todo lo posible para lograr descubrir si su diminuto cartelito con diminutas letras (para alguien que está a una cuadra y ya tiene que empezar a levantar el brazo inclinado hacia el lado de la calle) es el que nos lleva a destino.


No suelo ser paranoico pero siempre pienso que si en algún segundo de los que separan al bondi de donde estoy yo, dejo de tener el brazo levantado, el colectivero va a tomar eso como una excu

sa perfecta para no frenar. Paró el colectivo, dejo que suban las 10 personas que estaban detrás de mí en la fila (ya que cada una porta algo que haga que mi juventud parezca el sumun de salud). Pasa el anciano, la embarazada, el que tiene anteojos de culo de botella, la señora que fue a hacer las compras al super en bondi, el pibe que está en muletas, el enano de circo y algunos más.


Mucha gente pide el boleto más caro para distancias porteñas ($1,25) solo para ahorrarse que el chofer le recrimine la ratoneada o para ni cruzar palabra con el susodicho. Jamás hay que hacer eso!!! Se pregunta, o sino se pide el boleto mínimo ($1,10). Al colectivero no le importa un comino (gran palabra

) cuanto paguemos! No recibe ni la más mínima cometa por meter un centavo más en la maquinita o una persona adicional en el bondi (eso se nota cuando pasa por al lado nuestro, ni nos para y encima nos lanza la agüita del charco).


Para el final deje el tema de las monedas. No descubro nada diciendo que es el momento más desesperante y molesto de nuestras vidas cuando sentimos que estamos obligados a conseguirlas para viajar. Vamos y le ponemos al kioskero nuestra mejor cara de pelotudo, como disimulando que SI queremos comprar esos chicles de menta de 50 centavos con nuestro billete de $2. Pero lo peor de lo pior, es cuando en verdad SÍ queremos comernos un chocolate y el del kiosco nos lanza su latiguillo “solo con monedas”.

Pero a no desesperar porteños! Falta cada vez menos para tener las tarjetas rec

argables! Y ahí si que putearemos cada vez que pasemos la tarjetita por la máquina y nos salga error porque esta rayada, o se mojo, o simplemente se “desmagnetizó”.




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