lunes, 1 de junio de 2009




No voy en tren ni en avión, voy en bondi


“Sacó boleto doble hasta Palermo, ella lo miró y creía comprenderlo”

(“No le dijo nada”, Los Ladrones Sueltos)



No hay nada más estresante que lograr subirse a un colectivo. Todo comienza cuando logramos divisar que un transporte de tamaño adecuado a un bondi se nos acerca. Una vez incorpo

rada esa información intentamos ver si su color corresponde al de la empresa colectivera, luego si el número es el correcto y haremos todo lo posible para lograr descubrir si su diminuto cartelito con diminutas letras (para alguien que está a una cuadra y ya tiene que empezar a levantar el brazo inclinado hacia el lado de la calle) es el que nos lleva a destino.


No suelo ser paranoico pero siempre pienso que si en algún segundo de los que separan al bondi de donde estoy yo, dejo de tener el brazo levantado, el colectivero va a tomar eso como una excu

sa perfecta para no frenar. Paró el colectivo, dejo que suban las 10 personas que estaban detrás de mí en la fila (ya que cada una porta algo que haga que mi juventud parezca el sumun de salud). Pasa el anciano, la embarazada, el que tiene anteojos de culo de botella, la señora que fue a hacer las compras al super en bondi, el pibe que está en muletas, el enano de circo y algunos más.


Mucha gente pide el boleto más caro para distancias porteñas ($1,25) solo para ahorrarse que el chofer le recrimine la ratoneada o para ni cruzar palabra con el susodicho. Jamás hay que hacer eso!!! Se pregunta, o sino se pide el boleto mínimo ($1,10). Al colectivero no le importa un comino (gran palabra

) cuanto paguemos! No recibe ni la más mínima cometa por meter un centavo más en la maquinita o una persona adicional en el bondi (eso se nota cuando pasa por al lado nuestro, ni nos para y encima nos lanza la agüita del charco).


Para el final deje el tema de las monedas. No descubro nada diciendo que es el momento más desesperante y molesto de nuestras vidas cuando sentimos que estamos obligados a conseguirlas para viajar. Vamos y le ponemos al kioskero nuestra mejor cara de pelotudo, como disimulando que SI queremos comprar esos chicles de menta de 50 centavos con nuestro billete de $2. Pero lo peor de lo pior, es cuando en verdad SÍ queremos comernos un chocolate y el del kiosco nos lanza su latiguillo “solo con monedas”.

Pero a no desesperar porteños! Falta cada vez menos para tener las tarjetas rec

argables! Y ahí si que putearemos cada vez que pasemos la tarjetita por la máquina y nos salga error porque esta rayada, o se mojo, o simplemente se “desmagnetizó”.




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